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 La falta de valores y la quiebra ideológica de occidente.

Consumismo, la esclavitud del siglo XXI

 
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Publicado
2007-04-16
 
Una nueva religión surge del vacío existencial que adolece la sociedad, él gran monstruo que se devora a sí mismo.
 

Para comprender el momento actual en el que vivimos con sus zozobras y contradicciones, para vislumbrar entre la maraña de códigos, símbolos e informaciones contradictorias a las que nos someten continuamente, debemos analizar por su importancia la sociedad de consumo, sus implicaciones sobre el individuo y el colectivo, sus falsedades y la errónea búsqueda de la felicidad mediante adquisiciones superfluas.

La demanda, en definitiva el consumo, ha cambiado a lo largo de la historia, tanto es así, que podemos afirmar que fue a partir de la crisis de los 70 cuando se produjeron una serie de cambios que repercutieron de forma notable en el consumo.

Como todos sabemos, toda época de crisis, es una época de cambios, cambios fundamentalmente sociales, que afectan a la sociedad en su conjunto, a su forma de pensar, de enfrentarse al mundo, de organizarse en el trabajo, de ver el futuro.

A partir de esta crisis se inició el fin del capitalismo industrial tal y como se había conocido hasta entonces. No es que dejaran de existir las minas, la siderurgia, la industria mecánica, la textil o la química. Pero la industria simbolizada, desde 1850 a 1970, por la fábrica tradicional, la chimenea de humo, los ritmos de actividad y la disciplina del trabajo (taylorismo y fordismo, él taylorismo corresponde a la división de las distintas tareas del proceso de producción que trae consigo el aislamiento del trabajador y la imposición de un salario proporcional al valor que añaden al proceso productivo y el fordismo se refiere al modo de producción en cadena que llevó a la práctica Henry Ford), estaba en trance de desaparecer para dar paso a una nueva realidad social iniciada tras la crisis.

Consumismo, la esclavitud del siglo XXILos principales motivos que hicieron caer el fordismo (fundamentalmente a finales de los 70) fueron: la imitación y las nuevas tendencias de la demanda, que conllevan la sustitución del valor funcional por el valor atractivo, y esto, fundamentalmente, a través del fenómeno social de la moda. La llamada sociedad de consumo, apareció como consecuencia de la producción en masa de bienes.

En la sociedad postindustrial, el crecimiento económico se vincula, sobre todo, a la necesidad de conquistar nuevos mercados (lo que otorga especialísima importancia a la publicidad). Es una sociedad que necesita más consumidores que trabajadores, de donde deriva también la ascendente importancia de las industrias del ocio, que explotan el creciente tiempo libre de los ciudadanos. Desde esta óptica mercantil y despersonalizada, los sujetos tienden a dejar de ser vistos como individuos, para pasar a ser meras funciones sociales, tanto a efectos de su utilización como a efectos estadísticos, con finalidad política (electoral) o comercial (consumo). En esta sociedad, él amontonamiento, la profusión, es el rasgo descriptivo más importante.

Hasta aquí la breve historia de la industria y sus cambios hacia unas demandas de consumo diferentes. Con la denominada sociedad industrial aparece la multiplicación y acumulación de bienes, con frecuencia innecesarios y superfluos, cuando no ordenados con frecuencia a la ostentación y obtención de determinado "status". Entonces la persona resulta esclava de las cosas, dominada por ellas. Nada le resulta suficiente, aparece insaciable y enredada en una conjunción, a veces hasta ridícula, de vanidad y codicia, con un asfixiante trasfondo materialista. En definitiva, el paroxismo del tener cosas ahoga al ser de la persona. Los "shopping centers" y los "free-shops" de los grandes aeropuertos podrían ser como los símbolos del consumismo contemporáneo. A veces hasta aparece un aspecto ridículo como es él ofrecido sobre todo por los denominados "nuevos ricos", personajes ostentosos que utiliza el propio desaforado consumo como marca de distinción entre los demás conciudadanos.

El consumismo aumenta las diferencias existentes entre los países desarrollados y los países del tercer mundo. Dentro de los propios países se acentúan las diferencias entre las personas generando bolsas de pobreza. El consumismo agota las reservas naturales y aumenta la cantidad de residuos produciendo un deterioro en el medio ambiente.

Las personas atrapadas por el círculo consumista pierden su propia identidad, al confundir lo que son con lo que poseen. Las personas consumistas se sienten desgraciadas cuando no pueden comprar el objeto o la experiencia deseada. Pero cuando lo consiguen se sienten igualmente insatisfechas y desgraciadas. En suma, el consumo no es un modo adecuado ni inteligente de lograr la felicidad.

El consumismo es injusto, insolidario y deshumanizador. Es injusto e insolidario tanto con respecto a la mayoría de la humanidad, que no tiene acceso a bienes y servicios esenciales, como con respecto a las generaciones futuras, que se encontrarán con una naturaleza agotada y contaminada por las ansias consumistas de sus precedentes. Es deshumanizador porque desvirtúa la identidad de las personas y no conduce a la felicidad.

Consumir es una forma de tener, y quizás la más importante en las actuales sociedades industriales ricas. Consumir tiene cualidades ambiguas: alivia la angustia, porque lo que tiene él individuo no se lo pueden quitar, pero también requiere consumir más, porque él consumo previo pronto pierde su carácter satisfactorio. Los consumidores modernos pueden identificarse con la fórmula siguiente: yo soy = lo que tengo y lo que consumo.


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