Para comprender el momento actual en el que vivimos con sus zozobras y contradicciones, para vislumbrar entre la maraña de códigos, sÃmbolos e informaciones contradictorias a las que nos someten continuamente, debemos analizar por su importancia la sociedad de consumo, sus implicaciones sobre el individuo y el colectivo, sus falsedades y la errónea búsqueda de la felicidad mediante adquisiciones superfluas.
La demanda, en definitiva el consumo, ha cambiado a lo largo de la historia, tanto es asÃ, que podemos afirmar que fue a partir de la crisis de los 70 cuando se produjeron una serie de cambios que repercutieron de forma notable en el consumo.
El consumismo aumenta las diferencias existentes entre los paÃses desarrollados y los paÃses del tercer mundo. Dentro de los propios paÃses se acentúan las diferencias entre las personas generando bolsas de pobreza. El consumismo agota las reservas naturales y aumenta la cantidad de residuos produciendo un deterioro en el medio ambiente.
Las personas atrapadas por el cÃrculo consumista pierden su propia identidad, al confundir lo que son con lo que poseen. Las personas consumistas se sienten desgraciadas cuando no pueden comprar el objeto o la experiencia deseada. Pero cuando lo consiguen se sienten igualmente insatisfechas y desgraciadas. En suma, el consumo no es un modo adecuado ni inteligente de lograr la felicidad.
El consumismo es injusto, insolidario y deshumanizador. Es injusto e insolidario tanto con respecto a la mayorÃa de la humanidad, que no tiene acceso a bienes y servicios esenciales, como con respecto a las generaciones futuras, que se encontrarán con una naturaleza agotada y contaminada por las ansias consumistas de sus precedentes. Es deshumanizador porque desvirtúa la identidad de las personas y no conduce a la felicidad.