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 viaje sin invitación al interior de uno mismo

Tienes que aceptar la realidad

 
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Publicado
2007-09-24
 
A veces nos internamos a nosotros mismos para ver qué nos encontramos y, en muchas ocasiones, nos topamos con cuestiones que, lejos de hacernos daño, nos da pena admitir de uno mismo.
 

Tienes que aceptar la realidad, sin importar lo cruel que sea.

Ante los demás tu vida es sencilla, tranquila, simple. Creen que eres normal, a pesar de cómo te vistes; sin embargo, tu realidad y la locura son gemelas. Ves hacia adentro de tí para descubrir que estás lleno de mierda. Aún así, sonríes. Maldad tácita cuyos mensajes de uso van desapareciendo con la maestría que brinda el tiempo.
Tienes que aceptar la realidad
Uno, dos, cinco, diez, así hasta llegar a no sé cuántos años de soledad, de reproches, de ira, de sombras y de frío. En el día tienes mucho calor, ¡te agobia!, demasiada luz te deja ciego. Te alimentas de las emisiones gamma de los televisores cuyos brillantes colores contienen vitamina C, estamina, calcio y vitamina B12 para relajarte mientras ves que algunos lloran por que la gran urbe no posee jardineras doradas, otros mueren poco a poco en cada bache y algunos son violados por los vibradores que traen en el asiento. La multitud te aplasta los ánimos de salir a divertirte a un museo polvoriento, comprender cualquier situación te duele, por eso sueñas. Soñar bosques significa mala suerte; si el bosque es dorado, significa que debes dejar de drogarte, si está en llamas, significa que serás millonario; claro, si construyes un COSTCO en donde antes hubo un bosque.

Las miradas de los transeúntes son ajenas a tus intereses. Cuando el dinero ya no puede comprarte amigos, y la gente te observa como bicho raro porque no usas pantalones Dockers ni camisas Polo, nada más te queda defenderte en vano o callar y aguantarte. Al ver tus vestidos te agreden y acusan. La vida eterna se burla de ti; un ser supremo le otorga una nueva oportunidad a quienes odias, se superan, encuentran a alguien y son felices. Y tú no. Qué mejor placer para ellos que verte derrotado, humillado, sin aliento, sin fuerza. Entonces abrazan a su pareja y con un beso sellan tus conductos de aire. La felicidad de otros te asfixia. Tu mente desquiciada te ordena hablar sin motivo alguno, a sollozar y a creer que existe otro ser humano dentro de ti. El alma te vuelve rojiza la mirada, con cualquier provocación estás a punto de llorar. El menor motivo es suficiente para creer que te han traicionado, te sientes mal, estás afligido, necesitas de alguien, pero estás totalmente solo.

Por otro lado, las malas compañías te acechan, atraes de manera incierta gente indeseable, escoria humana. La razón huye de ti, tu memoria se queda dormida y tu inteligencia tergiversa la información que recibe.

Noche, sadismo, canciones, desmadre, ilusiones, máscaras, ¿cómo estructurar la inocencia perdida? ¿Qué hacer cuando una cucaracha acaricia tu cara y se sienta en tu cachete izquierdo? De pronto te sientes el cerdo al que le arrojan margaritas, perlas y flores, pero tienes ganas de cultivarlas, cuidarlas, mantenerlas limpias, la gente no te comprende, porque eres un cerdo y tan solo pides una oportunidad para demostrar que vales la pena, que eres humano e inteligente.

Pero, cuando por fin se acerca alguien a ti lo humillas, lo tratas de la peor manera posible. Te echan de sus vidas y lloras, crees ser alguien digno de la amistad de cualquiera a pesar de que al transcurrir el tiempo eres más vil. Tienes que aceptar la realidad

Sigues llorando. Te crees una Magdalena, gritas que necesitas la amistad de alguien y al mismo tiempo le compras el sexo a quien se deje.

Piensas en el suicidio, pero eres cobarde. Comprendes a quien se ha suicidado. El dolor que echó raíces en ellos, la amargura, la impotencia para cambiar la realidad. Les ha pasado lo mismo que a ti. Comprendieron la verdad y no fueron tan blandos como tú. Empuñan cualquier arma y se arrancan la vida.

Se acabó.

Mueres de miedo, eres cobarde, y lloras; las lágrimas te queman lentamente al escurrir por tus mejillas y te maldices por ser tan débil. ¿Acaso has considerado que la humanidad no podría vivir sin su mártir predilecto?

Llega alguien a quien amas. La vida te parece rosa; crees que se acabó tu sufrimiento, todo tu pesar. Inclusive cambias tu guardaropa negro por playeras amarillas, le agregas soles a tus jeans y usas huaraches artesanales, ya sabes, por eso de olvidarte un rato de satanás y amigarte con el hippie de Jesús.

La necesidad no te deja ver la vanidad de tu ser amado. Su deseo incansable de ponerte de rodillas a sus pies. Y lo logra. Tú no te das cuenta, hasta que le escuchas hablando mal de ti. Te ha vencido. De repente el mundo se derrumba de nuevo. Su recompensa es un nuevo amor; la tuya es tu indecisión para suicidarte.

A estas alturas ya nada te interesa, la magia de antes se ha desvanecido. Todo es molestia, y te sientas esperando lo peor, que fluye continuamente.

Para los demás no es nada; para ti es tu vida cotidiana que se va al caño.

Has jurado cambiar de actitud no sé cuántas veces y sin darte cuenta husmeas en donde no te llaman. El morbo te acosa cuando descubres alguna desgracia ajena. Me picó un alacrán, te dicen. ¡Me preocupé tanto que hasta perdí el equilibrio y por poco me caigo de las escaleras! Respondes.
Tienes que aceptar la realidad
De tu boca brotan filosos vituperios para ser una persona tan linda. Jamás te sacrificas por nadie para ser tan bondadoso; a menos de que puedas quedar como víctima.

Odias demasiado, para ser alguien amoroso y recuerdas todo el daño que te han hecho, a pesar de que siempre dices no ser rencoroso.

Sales a caminar y te da flojera, las calles están llenas, a cada paso te encuentras conocidos que te saludan, y preguntan si estás triste, si comes bien, cómo están tus padres y contestas cada vez con menos amabilidad. Sigues el recorrido y comienza a llover. No importaría tanto, si no fuera porque las enfermedades te exprimen hasta dejarte agonizando. Las hojas de los árboles se asemejan a navajas, llegas a una vía rápida, con cada automóvil vislumbras una muerte violenta, quieres morirte, has decidido hoy mismo a la hora de dormir cortarte la yugular, pero no quieres manchar la almohada ni a tus ositos de peluche, ¿les cortarás la cabeza primero a ellos? No lo has decidido, la música no te satisface ya, has cruzado el límite del dolor que el ruido provoca. Caminas de regreso a tu casa pensando en el cuchillo más filoso, en la pastilla más efectiva, en el veneno para las ratas. Tiemblas y sudas bajo la lluvia, creas historias de lo que posiblemente podrían hacer tus conocidos al saber que decidiste arrancarte la existencia, imaginas el funeral, todos de negro, flores, un aguacero, llanto, polvo eres, luego gusanos, y al final más polvo. Llevas prisa para terminar con todo esto. ¿Qué sinfonía compondrá Elend al saber de tu muerte? Quizás Peter Murphy se deprima al saberlo, porque quería conocerte. Por fin, lo has decidido, terminarás de una buena vez con lo que debiste hacer hace mucho tiempo.

Sin darte cuenta te topas con un par de conocidos y cuando preguntan qué es lo que te pasa, respondes:

Nada.

Y al día siguiente, sin saber por qué, lo olvidas todo otra vez, gustoso, en busca de una nueva fantasía.

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