Al margen de la obra literaria de Arlt, considerado el iniciador de la “novela actual” argentina y que ha dejado huella en narradores como Cortázar y Onetti, este ensayo tiene un enorme interés para quien se interesa por el esoterismo por lo de certeramente desvelador que encierran sus páginas.
Este asunto, en el que se enreda la exposición del joven Arlt, es el gran escollo que ocultismo pretende eludir. Tanto más cuanto las explicaciones científicas precisan de una preparación rigurosa en cada disciplina y no se nutren de una cascada más o menos poética de mitos, provenientes de aquí y de allá y, sobre todo, exigen de la comprobación del experimento, y no de sumar una coincidencia con otra y elevar el resultado a la categoría inapelable de “verdad”, que es el juego que suelen gastarse los teósofos y otros propagadores del ocultismo.
A esta conclusión propedéutica Arlt no llega, cierto es; sin embargo, su disertación nos desvela ya los trucos, como ese tan manido de extraer de las ciencias algunos elementos y, convenientemente maquillados, adjuntarlos a la superchería para apuntalarla con ribetes de cientificidad, aunque, claro es, nunca se ha sabido —y menos se entretienen en comentarlo estos nigromantes actuales— que si tan palmario es el “saber oculto” que asoma entre los experimentos científicos más sofisticados, ¿cómo es que ninguna de las reputadas teorías científicas ha admitido la “verdad” del esoterismo y ha seguido sus vías para desvelar la estructura final del universo?
Les dejo con esta pregunta y otras, como su continuo escamoteo de la Arqueología y de la Antropología a la hora de interpretar los mitos o las ruinas históricas. La razón se atisba de inmediato: es la misma que les lleva a esquivar las ciencias: su falta de conocimientos precisos en la materia y las conclusiones, a veces demasiado prosaicas, a las que llegan los arqueólogos y tan poco convenientes por su vulgaridad para deslumbrar a cándidos.
Por todo ello la lectura de "Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires" se convierte en imprescindible, aunque sea por lo que de catálogo tiene sobre las fuentes y los mitos con que se tejía y se teje el ocultismo; y basta una ligera ojeada de sus páginas a cualquiera que haya tenido contacto con el ocultismo para que encuentre nombres y conceptos que le resultan familiares, y lo que es más, de donde provienen y con que intención equivocada son manejados por sus propagadores o, si se me permite, por los ahora denominados “espirituales”.