Al margen de la obra literaria de Arlt, considerado el iniciador de la “novela actual” argentina y que ha dejado huella en narradores como Cortázar y Onetti, este ensayo tiene un enorme interés para quien se interesa por el esoterismo por lo de certeramente desvelador que encierran sus páginas.
En efecto, lo esotérico exhalaba entonces un perfume snop de gran predicamento en la mejor sociedad, a lo que añadían —al contrario de lo que es frecuente hoy— su propagadores un ceremonial engorroso y opaco que seducía de inmediato. No en balde, cuanto más misteriosos y difícil era penetrar en un círculo esotérico, con mayor expectación lo distinguían los salones y mayor crédito se atribuía a sus regentadores.
En fin que aquel sujeto y sus fascinantes conocimientos e insinuaciones, que se enmascaraban como “saberes ocultos”, dejaron, pues, a Arlt boquiabierto y anhelante de averiguar más a las primeras de cambio. Y ansioso de sumergirse en aquellos arcanos tan opacos como prodigiosos, lo siguió hasta el templo donde se impartían: la logia teosófica Vi-Dharma. Lo que luego sucedió es que el jovencito Arlt era más despierto de la cuenta y un lector más voraz y agudo que los habituales de aquel conciliábulo de la “verdad oculta”, y claro, no sólo le retiró hasta el último velo a la supuesta verdad hasta descubrirla en su más impúdica falsedad, sino que, enojado por el descubrimiento, escribió este ensayo inventariando, sin remilgos, todo el entramado del aquel inmenso embuste.
He aquí la primera lección de este ensayo: que esa situación del joven anhelante de arcanos sugestivos a la par que develadores del enigma último del universo, ha sido y sigue el patrón común para conseguir adeptos por la Sociedad Teosófica y por otras muchos círculos, conciliábulos y hasta gurús que se manejan como tahúres con estos “saberes”. Con un añadido más —que Arlt también nos insinuará a vuela pluma en las páginas de este breve ensayo— la insatisfacción de sus feligreses con su existencia; para la que hábilmente estos sacerdotes de la “verdad oculta”, con voz misteriosa y gesto melifluo, suele disponer —como les enseñara Madame Blavasky en sus obras— de un remedio eficacísimo: la transmigración de las almas. El resto de la pócima lo encontraran detallado en Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, y aún más: la gran piedra de toque; la ciencia experimental.