Venerada señora: Si desea usted un factótum que obedezca todos sus mandatos y le preste los más sucios servicios me sentiría muy feliz si fuera yo el elegido para servir a mi distinguida y severa dueña; y si alguna vez osara yo desobedecerla podrá usted castigarme con el debido rigor (Carta de amor masoquista, circa 1900).
Preliminares o goces externos
Perversión o anomalía –sexual y psíquica por añadidura– son palabras que suelen encabezar esos artículos enciclopédicos sobre el masoquismo erógeno –algolagnia pasiva o voluptuosidad dolorosa–, donde se nos asegura que el sujeto –que aquí lo es por individuo y por dominado– se goza en los castigos corporales o morales infligidos por otra persona. Ahora bien, el doctor Richard von Krafft-Ebingescribe en su "Psychopathia sexualis" (1886) que “lo esencial en el masoquismo es la sujeción a la mujer” –sin excluir la sumisión femenina al hombre o entre personas del mismo sexo–, imaginada ésta como una tiránica odalisca envuelta en armiño y cibelina –leona y domadora al mismo tiempo– que exige el sufrimiento como aperitivo del placer –uno de los cuatro mecanismos posibles del masoquismo, según el psicoanalista Otto Fenichel–. Además, “se trata siempre de una relación amorosa” –escribe José Luis Sampedro en su bello prólogo a las "Historias de amor y sangre" de Leopold von Sacher-Masoch–, “aunque se manifieste desviada de la expresión afectiva normal”. Fue el ya citado neuropsiquiatra von Krafft-Ebing quien propuso a la ciencia el nombre de masoquismo para bautizar un comportamiento erótico descrito con pelos y señales –de zorro blanco y fusta respectivamente–, en la obra literaria del también citado y también von Sacher-Masoch (1836-1895)... Y fue Giovanni Papini, finalmente, quien inventó este epitafio para el autor de "La venus de las pieles": “Todos los santos, todos los poetas, han afirmado las divinas virtudes del sufrimiento; las divinas compensaciones del dolor”.
Del vicio inglés y su aplicación
La algolagnia pasiva, al contrario de lo difundido por la pornografía vulgar, no siempre va acompañada de coito; de hecho, en la mayoría de los casos el contacto de las partes genitales es innecesario para conseguir la descarga erótica; o mejor aún, como dice Leopoldo María Panero, “el erotismo perverso no se sitúa en los límites de la cópula: la niega siempre de alguna manera o la parodia”… Algunos connaisseurs incluso, se sacian tan sólo imaginando escenas de insólita lujuria en las que son actores o meros espectadores.
Bajo el título de "Santas visiones y pecados extraordinarios" (Göteborg 2002), la historiadora colombiana Edda Manga ha recopilado las cartas que Cecilia Rodríguez –hija de una familia criolla que vivió en La Habana en el S.XVIII– enviaba a sus confesores capuchinos; en tales escritos –conservados en el Archivo Real de Madrid–, se detallan las lúbricas fantasías con que Cecilia acompañaba sus intensísimas sesiones de autoerotismo: “Me formaba yo a dos mujeres según mi apetito y me hacía que estaba a su cargo y que ellas me educaban cometiendo yo las mayores torpezas; imaginaba entonces que me cogían y me desnudaban las tales mujeres y así me figuraba que me castigaban, y yo gritaba y lloraba haciéndome que los azotes me los daban en las nalgas, siendo esto motivo de las más fuertes luxurias; y ya bien encendida de ese modo, tenía con furor los tocamientos de obra”.
I. La disciplina inferior:
“En multitud de ritos universales” –explica Juan Eduardo Cirlot– “los azotes figuran como necesarios para liberar de posesiones, encantamientos y todas aquellas actitudes que corresponden a una impotencia física o espiritual”. Sostenía Féré que la flagelación, en grado moderado, produce un efecto tónico capaz de traducirse en resultados beneficiosos para todo el cuerpo. “La frotación de las nalgas, especialmente, tiende a provocar una excitación refleja de los centros espinales y simpáticos de la eyaculación, y mucho más rápidamente aún el azotamiento de esas partes”. La explicación, según A. Martín de Lucenay ("Sadismo y masoquismo", 1933), es anatómica y fisiológica: “un fuerte estímulo en la región glútea, ya sea por medio de palmetazos, golpes o pellizcos, actúa siempre sobre el aparato sexual por la razón de que tanto la zona glútea como la genital, están servidas por las mismas ramas del aparato nervioso”. Martín de Lucenay cita el caso de una respetable dama berlinesa que, una vez por semana, se hacía pasar por una colegiala díscola que tomaba lecciones en el domicilio de una severa institutriz –en realidad, una experta en masaje inglés para señoras–. Durante la farsa, la profesora interrogaba a su alumna sobre asuntos obscenos que ésta esquivaba con frases pudorosas, lo que exasperaba tanto a la supuesta profesora, que acababa azotándola con una flexible varita de bambú; hecho lo cual, la joven se desnudaba y ambas se entregaban, con gran trastorno de los sentidos, a las caricias sáficas.