Creo que no faltaba uno. Creo que estábamos todos. Generaciones de siniestros de todos los puntos de la Península nos dimos cita para asistir al evento más importante del mes: Ana Curra repasaría la discografía de los desaparecidos Parálisis Permanente después de treinta años de letargo.
Realizar un concierto homenaje siempre es una empresa arriesgada, ya que la banda que ejecute tal propuesta debe mantener fidelidad a la idea principal, es decir, a la esencia de la banda a la que se rinde culto, a la vez que aporta a los temas versionados un toque personal que los resalta el matiz artístico de los músicos. Análogamente, podríamos decir que es como vestir a un alma ajena. Como podemos imaginar, el resultado de esto puede ser de lo más variopinto, desde despropósitos bienintencionados hasta auténticos espectáculos cargados de magia.
El que tuvo lugar el viernes nueve de marzo en el Teatro Kapital debe ser encuadrado por derecho propio dentro la última variable citada. Ana Curra presentaba El Acto, un evento que tenía como objetivo revivir la intensidad patente en las canciones del grupo siniestro hispano por excelencia: Parálisis Permanente. Curra, acompañada de tres de los grandes radicales de la llamada Movida Madrileña, César Scappa, que estuvo militando en Escaparates y El Ángel y los Volcánicos;José Battaglio, que hizo lo propio en La Frontera y Seres Vacíos, ambos a las guitarras; Manolo UVI, que además de formar parte del grupo que le da nombre fue miembro de los punks Commando 9mm, con el bajo; y Rafa "Le Doc" de PPMsacudiendo la batería, impregnaron a los temas compuestos en origen por Benavente, Canut y la propia Curra una energía agresiva envuelta en ilusión y profesionalidad que hizo las delicias del respetable.
Curra estuvo espectacular, rebosante de vitalidad. Emanaba energía constantemente. Es más, en alguna ocasión tuve la sensación de que hacía que los adolescentes pareciesen jubilados a su lado. El teatro estaba hasta la bandera, y era de esperar; las localidades llevaban agotadas semanas. El público pensaba que lo que iba a ir a ver iba a ser, por lo menos, único e irrepetible. Y, efectivamente, todos dieron en el clavo.
Tal y como anunció la propia Ana al comienzo del espectáculo, el concierto iba dirigido a los siniestros. Salvo un preludio de Chopin tocado a piano por las manos de Curra, y las conocidas versiones de la banda madrileña sobre los clásicos de Stooges y Bowie, el resto fue cien por cien Parálisis.
El teatro capital se fue llenado hasta no dejar un hueco vacío. En él se dieron cita góticos, punks y alternativos de todas las clases y generaciones, y no era para menos, ya que Parálisis Permanente puede ser considerado el grupo pionero del post-punk hispano, los padres del gótico peninsular. La verdad es que si analizamos la magnitud el evento llegamos a la indefectible conclusión de que se trata de un hecho histórico, ya que desde la disolución de la banda en 1983 por causa del trágico accidente de tráfico que le costó la vida a Benavente, esos temas no han vuelto a ser tocados desde entonces por miembros originales del conjunto. Esta es la razón por la que, más que de un concierto, podemos hablar de un homenaje, una forma muy personal de rendir culto a la banda que configuró un sonido muy personal que haría cambiar el rumbo de la música independiente en nuestro país.
A las nueve y treinta y dos minutos de la noche el fragor de los relámpagos marcó el empiece del espectáculo. ‘El Acto’ daba comienzo de una forma mucho más intensa y desgarradora que la registrada en aquel vinilo del ochenta y dos. El bajo de Manolo rugía con furia, el compás de la batería era firme y contundente. El campo estaba arado, y Ana sembró una semillas que tardaron segundos en empezar a dar jugosos frutos. Tras esta espectacular apertura el conjunto pasó a tocar el clásico más laureado de los Stooges, ‘I wanna be your dog’, o lo que es lo mismo, ‘Quiero ser tu perro’ una canción que marcó un punto de inflexión definitivo en el sonido de la música estadounidense durante 1969. Curra la bordó, todo sea dicho, transmitiendo una intensidad paralela a la de Pop en sus directos. A esta le siguieron ‘Nacidos para dominar’, ‘Yo no’ y la archiconocida ‘Héroes’ de Bowie. El desenfreno comenzó con el primer corte que la banda vio prensado en su exigua carrera: ‘Tengo un pasajero’, que además respetó la batería original del primer single y no la pausada que se presenta en la versión de 'El Acto'. El público enloqueció, y no era para menos.
Tras este dulce caramelo Ana nos anunció la presencia de Rafa Balmaseda, el bajista original de Parálisis, que acompañó a Manolo con el bajo en los temas ‘Esa extraña sonrisa’ y ‘Quiero ser santa’. La sensación fue realmente inefable. Los graves expoliaban al espacio. El tenebrismo que alberga ‘Esa extraña sonrisa’ se hizo aún más sepulcral y Ana supo aprovechar este contexto para aportar un matiz repleto de rabia y fuerza.
Después de despedir a Balmaseda y hacer las presentaciones pertinentes de los componentes al respetable, La banda continuó recordando clásicos. ‘Vamos a Jugar’, la cañera ‘Sangre’ o ‘Esto no es’ calentaban al rojo vivo el ambiente. El punto de ebullición se produjo con ‘Jugando a las cartas’, tema con el que dieron paso a la faceta mas punk de la agrupación madrileña. Tras ella sonó ‘Todo el mundo’, una fantástica crítica hacia la subjetividad y el relativismo cultural. La despedida se produjo con ‘Unidos’, que como si de un ave fénix se tratase, renació de entre las cenizas con más fuerza que nunca.
Guiados por el clamor del público, el quinteto volvió a subirse al escenario tras una breve pausa. La gran pantalla trasera que anunciaba el nombre del evento cambió su imagen para proyectar el perfil del desaparecido Benavente. Ana, armada con un teclado un tanto deficitario debido a las circunstancias del directo (había perdido una tecla nada más comenzar el espectáculo), decidió vencer a las adversidades tocando el cuarto preludio de Chopin, tema que como si de un silogismo de primaria se tratase iba dedicado a la memoria de Eduardo. Tras las dos reverberantes notas que pusieron fin a dicho preludio, las guitarras eléctricas empezaron a urdir la melodía de ‘Adictos a la lujuria’. Resulta difícil relatar las sensaciones que los asistentes experimentaron con este corte. El público enloqueció literalmente. Contemplé boquiabierto cómo uno de los situados en las partes más elevadas de los palcos laterales trastabillaba por causa de la emoción dejando más de medio cuerpo a expensas del vacío. Sin duda volvíamos a vivir el esplendor ateniense de la era de Tierno Galván. El descontrol estaba garantizado. La ilusión, la celebración del triunfo, eran hechos palpables.
El segundo bis no tardó en producirse. Curra había decidido dejar lo mejor para el final, tal y como hacen los niños con el postre. La celebérrima ‘Autosuficiencia’, tema con el que todos nos sentimos identificados de una forma u otra, fue coreada por la totalidad del público. La despedida a esta velada tan especial la puso la aplastante ‘Un día en Texas’, con la que la sala se convirtió por un instante en una bomba nuclear que explotó en forma de aplausos y ovaciones a la que es, sin lugar a dudas y por derecho propio, la primera siniestra de España.
El evento acontecido el nueve de marzo de 2012 está lejos de ser definido como un simple concierto, fue mucho más que eso. Hablamos de un espectáculo que muchos recordaremos con cariño e ilusión el resto de nuestras vidas.