Desde los inicios hasta la consolidación de una comunidad de lectoras en el S. XIX, la mujer es protagonista de este género que, además de miedo, produce también placer y verdad.
Memento mori
En el famoso ensayo "The Philosophy of Composition" Edgar Allan Poe describe, entre otras cuestiones estéticas, su paradigma sublime de belleza como la imagen de una hermosa mujer muerta; estas palabras han suscitado interpretaciones de todo tipo. El maestro del género gótico centraliza ese objeto, como motivo literario, en un buen número de relatos y poemas.
A lo largo del S. XIX se extiende una sensibilidad artística hacia la muerte que rememora su inexorabilidad. En el caso concreto de las mujeres, la muerte se cebaba entre las más jóvenes por las complicaciones del parto, los abortos y otras circunstancias derivadas de la maternidad. También los niños abandonaban este mundo a edades muy tempranas. Sin duda esta experiencia marcaba a las familias y a la sociedad en general.
La fotografía postmortem es un elemento fundamental para entender todo este ceremonial del duelo y el culto al muerto. El traslado de los pequeños cementerios de las iglesias al extrarradio de las ciudades, a medida que estas iban creciendo, genera un deseo de acercar a los muertos por medio de representaciones tanatográficas. De igual modo en los periódicos se cultivaba esta demanda con poemas y textos de carácter necrológico.
En Estados Unidos, país con una parte de la población on the road, la cámara fotográfica se convierte en testigo de todo ese ritualismo; permitirá llevar de un sitio a otro la imagen y el recuerdo de los seres queridos. Los fotógrafos, en aquella época, elaboraban todo tipo de recreaciones en las que los difuntos se convierten en protagonistas involuntarios. La mayoría de las fotografías reproducen escenas familiares, donde los muertos comparten escenas con sus familiares vivos; también hay niños rodeados de sus mascotas, niñas con sus muñecas, etc. Ahora podrían ser tachadas de morbosas, pero entonces constituían un icono de presencia y de evocación para los familiares.
Emily Dickinson
En aquel contexto social de relación con la muerte, Emily Dickinson escribe y dedica más de una cuarta parte de su obra -alrededor de mil ochocientos poemas- a la experiencia de la muerte; esto tuvo que ver con las perdidas tempranas de familiares. Lo mismo le ocurrió a Edgar Allan Poe, que perdió a mucha gente amada. La muerte, como experiencia, en aquella época tenía una presencia mayor que la que tiene hoy en día.
Emily Dickinson da un tratamiento gótico a temas como la muerte, la disolución del yo y la desintegración del cuerpo. En sus poemas reconstruye con detalle las distintas fases del morir: un enterramiento, un funeral o la presencia de una mosca como símbolo de la corrupción del cuerpo, constituyen dramatizaciones góticas de momentos de pesadilla. Las pequeñas historias que cuenta cada poema están impregnadas de imágenes, lugares y objetos que representan estados mentales y físicos, donde el umbral en el que se genera el terror constituye el foco absoluto del discurso poético.
Emily Dickinson, escribe: “No es que morir nos duela tanto/ es el vivir lo que nos duele más/pero el morir es camino distinto/ un algo tras la puerta”. La experiencia de la muerte esta más allá: en el umbral, en el territorio de lo ignoto, pero la escritora decide abrir esa puerta y en dos poemas determina ser la protagonista de la muerte. En “Escuché volar una mosca cuando morí” recrea todo lo que es el funeral con ella misma de cuerpo presente. Aunque se crió en una cultura puritana, era profundamente agnóstica y tuvo una duda existencial permanente, sobre todo respecto al tema de la muerte. Asume una certidumbre de que esto se termina, de que el cuerpo se corrompe y no hay nada más. En el poema “Sentía un funeral en mi cerebro” nos enfrenta con la experiencia física del enterramiento.
La tan debatida personalidad agorafóbica de esta autora, una vez más, encuentra orden y control en el espacio cerrado, en la materialidad del féretro y de la muerte, que se torna un espacio de control pero también de terror ante lo desconocido. Todos los objetos semánticos del poema hablan de lo material, de las sensaciones físicas: cuando oye a los hombres coger el ataúd, como baja, el sonido de las tablas, los pasos... Es un poema eminentemente sensorial, como el propio mundo gótico. Ella se convierte en ‘experimentante’ de la muerte metida en el féretro: ¡Escucha, palpa y siente! Esta es una característica de los relatos góticos, donde los protagonistas son ‘experimentantes’ con los sentidos de un mundo decadente en descomposición. También ocurre en los relatos de Edgar Allan Poe, por ejemplo: el protagonista de "La caída de la casa Usher" experimenta, sensorialmente, la decrepitud de esa mansión que se está hundiendo y la desintegración de la casa es el reflejo de su desintegración física.