El negro es un color repleto de significados, asociado a la oscuridad y a la noche, tanto hoy como en el pasado refleja un miedo a lo desconocido, pero a través de la historia se le atribuye también un valor antagónico de atracción y poder. Utilizado en la construcción de la apariencia se convierte en seña de identidad. Este artículo analiza su importancia estética y contribución al estilo en la escena gótica.
El estilo y la identidad.
El estilo se puede definir como la manifestación simbólica de las culturas juveniles, expresada en un conjunto, más o menos coherente, de elementos materiales e inmateriales, que los jóvenes consideran representativos de su identidad como grupo. La creación y producción de estilos emergen de varios elementos que se toman tanto del pasado como del presente; no son estilos estáticos sino dinámicos. No hay que confundir el estilo con la moda o un atuendo específico: para la “tribu urbana” el estilo representa su identidad, la resignificación de ciertos elementos que permiten la emergencia de nuevos códigos en el lenguaje, en la música, la estética y en determinadas actividades, constituyendo su emblema. Estos estilos dejan de ser subversivos cuando son captados y asimilados por el “establishment”. Las subculturas crean y recrean estilos personalizados. A partir de la conjugación de varios elementos materiales e inmateriales, los jóvenes expresan su identidad como grupo. El estilo los representa y los distingue de los miembros de otros grupos y del resto de la sociedad. El joven se separa de los valores de su familia como grupo inicial de referencia. La conformación de la identidad se hace en referencia a los otros, la identidad personal se edifica a partir de conocer y reconocerse en otros. La seguridad que da la pertenencia a un modo particular de cultura permite sobreponerse al anonimato de las grandes urbes, ser reconocido y poder reconocerse como sujeto, tener una identidad. Según Ted Polhemus, antropólogo norteamericano, los seres humanos usamos nuestra apariencia como una señal de identidad que refleja quiénes somos y dónde estamos. A medida que nuestro mundo crece cada día más complejo y fragmentado, la importancia de la apariencia aumenta; nuestras diferencias o similitudes visibles facilitan la interacción de las relaciones.
Varios autores parecen coincidir desde el campo de la psicología, la sociología e incluso el psicoanálisis en que la construcción de una identidad social que lleva a un joven a buscar a un grupo coincide con la búsqueda de la identidad personal, esto sucede sobretodo en la adolescencia. Esto se confirma en el hecho de que los grupos suelen tener un carácter transitorio. Los testimonios dan cuenta de que eso del grupo “pasa”, pero a la vez todos afirman que fue importante para ese momento de su vida.
Frente al concepto tradicional que implicaba una identidad fija, única y homogénea, las identidades fragmentadas de hoy se caracterizan más por lo móvil, lo inestable, lo efímero, etc. En esta afirmación temporal del “yo” aparecen las diversas lógicas estéticas.
Estética y antiestética.
La mayor parte de los estilos se han identificado con algún elemento estético visible, en el caso de la subcultura gótica hay una predilección por el uso del color negro en el vestir. El atuendo prototípico del grupo identifica a los jóvenes en un doble nivel: proporciona una identificación con los demás miembros del grupo y confiere una identidad personal.